Confuso sobre sus cuatro patas, clava la vista sobre el cuerpo. Lo huele y palpa: frío bajo la mancha crepuscular de la sabana. Observa el barranco celestial. Al volverse de nuevo hacia el cadáver, boca abajo contra el abarquillado zacate, se le atasca un nudo por dentro. Se tapa los ojos, le caen extraños surcos de sal. Una fuerza monstruosa lo gobierna. ¡Acontecimiento! Articula un alarido que le hace consciente de su planto. Le vienen torpes abstracciones. ¿Por qué lo cercano desaparece? ¿Por qué esta náusea? Súbitamente, se reconoce sapiente. Un Otro cuya voz se funde con él. Murmura las más tristes y verdaderas meditaciones que han existido. Cae la primera noche vista como falsedad. Las cosas dejan de ser aparentes. La criatura agarra a su igual, delicadamente, como quien sepulta al primer Dios. Lo cubre de tierra y de las más delicadas piedras. Se duerme como roto. Al alba, el homínido asume la pérdida. Atesora el sufrimiento e inventa el recuerdo. Avanza sus pasos hacia el tupido bosque. Erguido, las cosas le resultan pequeñas. ¡Mediodía de la sombra más corta! Tanto que contar a los demás. ¿Cómo empezar? El sol radiante acaricia su grueso pelaje.
Comienza la Historia.
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