Lo pone bien claro, con una tipografía enorme. Que sí, y lleva debajo una fotografía de un señor con barba. No, larga y blanca. Habrá envejecido. Claro, por eso se ha muerto.
- Búscame ahora cómo quedó el partido de ayer.
Removí un par de folios sobre la mesa para imitar el ruido de las páginas. Cuatro a cero, así te pones de buen humor. No, no. Dos cero, es más creíble.
- ¡Toma, Joselito, que estamos de celebración!
Me extendió una moneda de un euro y pude afanarme dos billetes de diez que sobresalían de la cartera mientras él hurgaba en ella. Bueno, me voy a tener que ir. Ya sabe abuelo, que mi madre se enfada si no.
- Anda, vete, que vienes para lo que vienes.
Se recostó en el sillón. Venga, rápido. Desenchufa la tele, vamos al dormitorio, yo cojo la caja esa de madera. Se escucharon pasos.
- ¿Sigues ahí?
Señor, el niño se ha ido. Se ha dejado la puerta abierta, ahora mismo la cierro. Calló.
- ¡Devuélveme a mi nieto, te reto a un duelo!
Lo empujé levemente y cayó al sillón.
- ¿Vas a volver aunque no me quede nada, Joselito?
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