Ella tiene los ojos abiertos al cielo, la expresión dulce, serena. Nunca la vi tan hermosa como en este instante.
Murmuro su nombre Ofelia y, recuerdo que tiempo atrás fuimos felices. Las manos entrelazadas, la sonrisa abierta. Sin ataduras. Sin condiciones.
Los años de la infancia pasaron y ella ocupó el lugar que corresponde a los notables del reino. Yo quedé en el mío. Un vasallo que nada tiene y todo lo debe a su señor.
Maldigo el poder del príncipe Hamlet que le enredó el pensamiento con vanas promesas y le dejó el corazón herido. Sin remedio.
Ellos dirán que murió ahogada en un descuido. La verdad es otra. Ofelia fue adentrándose en el río. Desde la orilla, sigo el recorrido de su cuerpo meciéndose en la corriente y siento que ha regresado. Avanzo. Las aguas me cubren y solo quiero buscarle los labios para al fin, fundirnos en un amor que no tenga ni principio ni final. Un amor eterno.
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