Con un diestro bocado le arrebata el pincel que utiliza para lustrar la
empanada; Havoc reclama su atención. Ofelia deja la tarea culinaria, se
pone el chaquetón y coge las llaves del piso; mientras, el pequeño
enreda feliz al comprender que por fin salen. La tarde es desapacible,
pero el cachorro de mastín necesita su paseo vespertino.
En solo unos meses se ha convertido en el centro de su vida; nunca
olvidará aquella fatídica noche, cuando desesperada se arrojó desde el
puente y le encontró medio ahogado en el agua, luchando por salir de un
andrajoso saco. Juntos ganaron la orilla, y desde entonces forman una
peculiar pareja; viven el uno para el otro, huraños y desengañados del
resto del mundo. El insólito encuentro significó una nueva esperanza de
vida para ambos.
Havoc corretea feliz delante de Ofelia, ella le sigue intentando
mantener su vertiginoso ritmo; sonríe recordando la oportunidad de aquel
descorazonador salto hacia la nada; aquella lamentable zambullida le
había proporcionado justo lo que necesitaba, una razón para vivir.
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