—Reina Gertrudis, estáis esplendorosa —suena una voz melodiosa que se
cuela por la ventana.
—¿Oberón? ¿Sois vos? No os quedéis entre los pliegues de la noche.
Entrad.
Oberón entra realizando una leve reverencia.
—¿Qué os trae por aquí? Nuestras historias nunca se han cruzado.
—Se está preparando una fiesta sorpresa a nuestro padre en el Globe.
—¿Y ya creéis vos que nosotros, personajes de tragedia, somos invitados
adecuados?
—A pesar de las disputas y muertes desafortunadas que pueblan estas
páginas aspiro a una tregua.
—Eso os honra pero si queréis mi consejo, no seáis descuidado. Prohibid
la entrada de armas.
—Habláis sabiamente, reina Gertrudis, y así se hará si vuestra respuesta
es favorable. ¿Qué me decís? —pregunta Oberón mientras le besa la mano.
—Oberón, viejo embaucador. Acepto la invitación.
—No puedo demorarme a contemplar vuestra belleza, me quedan todavía
obras por recorrer.
—Que los vientos os sean favorables.
Oberón desaparece y la reina Gertrudis se gira hacia su tocador mientras
repiquetea con el dedo índice en su barbilla.
—¿Qué veneno escoger para este insigne encuentro? —susurra—. Tantos
siglos con este hedor en la garganta han mantenido viva esta tardía pero
esperada venganza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.