Otelo dormitaba en la hamaca. Tenía los ojos entornados, pero no perdía prenda de lo que pasaba alrededor. En la casa de al lado las niñas jugaban a la comba riendo y cantando, pero él solo veía a Julieta que parecía triste sentada en una silla de enea junto al arbusto de camelias blancas. Llevaba así varios días. Pensó en invitarla a pasear por el puerto para ver los barcos que volvían cargados de pescado; recordó que antes eso le gustaba.
Un coche paró en la puerta de la casa de al lado. De él bajó una señora con un gato de pelo negro azulado. Con paso firme el minino se acercó hasta la silla donde se encontraba Julieta. Esta al verlo de un salto bajó a reunirse con él. Los ronroneos no tardaron en oírse. A Julieta pareció que le habían inyectado una dosis de energía. Ambos accedieron al tejado y allí a la sombra de la chimenea dieron rienda suelta a su amor.
Otelo muerto de celos optó por largarse al callejón de los bares y apurar todas las latas de cerveza de los contenedores. Gran error, pues beodo ve Julietas y Romeos por todas partes
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