"Donde hay niños no hay penas", dice lady Lenox. Lady Macbeth asiente,
sonríe, mira a los niños. Le gustan estas reuniones con sus amigas en
Inverness, mientras los hombres cazan o hablan de sus cosas. Su hijo
William es nombrado caballero por el hijo de la duquesa de Cathness, un
niño delgado de pelo color zanahoria. Hay una brisa agradable en el
jardín del castillo, en el aire se aprecia el tenue aroma de los
rosales. La viuda Menteth le da un codazo y señala al joven mozo de
cuadra que pasa frente a ellas con un caballo recién cepillado. Se oyen
murmullos, risas apagadas. Lady Macbeth ríe, deja su labor, está feliz.
Piensa en su marido, el nuevo señor de Glamis y Cawdor. Ahora pueden
afrontar el futuro con tranquilidad, sirviendo a Dios y al rey nuestro
señor. Una vejez tranquila cuidando de su marido y sus hijos, ¿acaso hay
mayor felicidad para una mujer?.
Despertad!
Despertad! Lady Macbeth siente la mano de su esposo sacudiéndola con
firmeza por el hombro. En su voz hay un atisbo de inquietud. "Llegaron
mensajeros, el rey viene esta noche". Lady Macbeth abre los ojos, se
incorpora, mira a su marido. "Lo haremos, no verá más la luz del día",
dice.
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