Viola no podía estar más contenta, sonreían sus ojos, sonreían sus labios y hasta su pelo sonreía. Por casualidad había escuchado un fragmento de conversación de su jefe.
— Si, es perfecta. Fue un acierto elegirla a ella. Es el destino…hoy se lo diré.
Viola desde que lo vio por primera vez en la entrevista de trabajo, siente algo por él que no es “simple y puro respeto”, como quiere hacerse creer. Ahora ya no tiene nada que temer. El señor Orsino lo ha dicho, es el destino.
La flacucha, pero eficaz Olivia, le hace señas para ir a desayunar. Viola siente por ella sincera pena, es tan feilla, tan poca cosa. Por eso siempre le muestra su cariño y Olivia se transforma de puro contento. Como un perrillo chico, cuando el amo le hace fiestas, aunque la realidad es que el corazón de la “flacucha” palpita por y para Viola.
Cuando las dos muchachas salen a tomar su café, el señor Orsino se acerca con sonrisa bobalicona, a Viola le hacen los ojos chiribitas y se adelanta a su encuentro, él ignorándola, la rebasa y visiblemente embelesado invita a “un desayuno especial y con sorpresa” a una petrificada Olivia.
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