Menudo domingo lleva: todo el día agradeciendo felicitaciones cursis en
las redes sociales y por whatsapp. Ningún cumpleaños anterior había
recibido tantas. Pero la más importante no llega. Ni ella ni él; porque
le valdría perfectamente un beso en persona... A escondidas, claro, que
nadie sabe lo suyo. Por eso no para de hacer viajes al balcón, con la
esperanza de verlo aparecer por la acera. Sus padres empiezan a
mosquearse y le resulta muy complicado seguir inventando excusas. Se
acuerda de Julieta: ¡qué suerte tenía la tía, a ella no la hacían
esperar tanto! Decide que ya está bien de hacer el ridículo; se asomará
por última vez. Y hete ahí que aparece el mozo, rodeado de un grupo de
músicos, con un ramillete de flores en una mano y una cajita en la otra.
—¡Romeo, ¿qué haces?!
—¿Romeo? ¿Estás bien, preciosa?
No, ni bien ni mal: desaparece como una exhalación, muerta de vergüenza.
Encerrada en su cuarto, llora lo que no está escrito. Y se pierde los
cánticos desafinados de la tuna improvisada, el anillo de bisutería y
unas preciosas margaritas silvestres.
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