Ahí llega, tambaleándose como un tonel con patas, borracho y gordo, con
la barba desmadejada, el pelo largo y sucio y el brillo de una vida
larga y bien aprovechada en sus ojillos de bebedor.
Ha sido amigo de príncipes y un mal recuerdo de reyes, consejero y
bufón, amante de las carnes blancas y los licores rojos, bromista,
ingenioso, cobarde cuando había que serlo… mejor decir aquí corrió que
aquí murió.
Pero miradlo ahora cómo viene, es ya tan viejo, tan gordo, que ni el
mismísimo Shakespeare sabría darle un buen papel. Dicen que el bardo
busca una manera de quitárselo de encima, de sacarlo de sus obras de una
vez por todas, pero que no sabe cómo. Si al menos viviera en Castilla
sería fácil juntarlo con aquel loco de los molinos y olvidarlo en alguna
venta, pero aquí entre la lluvia del mar del norte y las hadas no se le
ocurre como darle un buen final.
Falstaff ya está llegando, disimulad, huele a vino, sonríe y se le ve la
boca desdentada, ¡quien pudiera decir que ha sido consejero del rey!
quizás si el monarca le traicionara, si olvidara su nombre, si le
invitara a desaparecer…
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