jueves, 12 de enero de 2017

39 - VALENTINA Y LOS ORNEOS, de Jesús A. Redondo

Dicen que fueron estambres de flor de espino o briznas de vello de hayucos los que se posaron sobre sus párpados. Ocurrió una noche de verano en la que dormitaba bajo un cielo empedrado de luceros. Ella, la pastora más bonita de las Enguinzas de Miera, al despertar, sintió un cambio profundo en su ser, un vacío placentero con sincio de ser colmado por el amor. Y allí estaba él, Genaro, con su mirada dulce, asomando su cabeza por encima del muro de piedra, velando sus sueños, amable, atento a sus movimientos. Fue lo primero que ella vio cuando al alba abrió los ojos y se enamoró perdidamente. Lo sabía su cabeza, era un amor imposible, pero esta vez la cabeza no mandaba sobre el corazón. Lo besó, lo acarició y entre llantos corrió Peña Pelada abajo. Ahora y desde aquel día, desde el sueño de aquella noche de verano, asomada a la puerta, oye ornear a Genaro desde las garmas; se le estremece el corazón, y cuando escucha el final de la copla, ese estertor de resignación por la soledad de un amor imposible, Valentina, la pastora del Hoyo del Cantal, rompe a llorar y entra en la cabaña.

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