El comisario, visiblemente irritado, desvía la mirada del ordenador
hacia la mujer de belleza fantasmagórica, empeñada en denunciar su
muerte.
-Por mi alma juro que nunca ofendí a mi esposo Otelo ni en pensamiento.
Ni negándolo en juramento pude destruir la sospecha bajo cuyo peso
vivía. Una pasión sanguinaria agitó su espíritu antes de darme muerte.
-Señora, necesitamos pruebas de los hechos.
-¿Que pruebas quiere que no estén en la historia? Solo deseo figurar en
las estadísticas.
El hombre, exasperado, decide seguirle la corriente.
-Rellene este formulario. Creo oportuno que la vea nuestro psicólogo,
señora.
No obtuvo respuesta.
Una gélida brisa recorrió el despacho. Un pañuelo de hilo amarillento
descendía como una pluma, ocupando el lugar de la mujer, que se evaporó
en el aire.
Sobre la mesa, el formulario era un legajo polvoriento, perfectamente
legible:
-“Aquel pañuelo que tenía yo en tanta estima… se lo regalaste a tu
amante Casio”
-“¿No estás del todo muerta? ¡Aunque cruel, soy sin embargo compasivo!
No quiero prolongar tu sufrimiento. ¡Muere!”
El comisario abre el expediente.
El general Otelo confiesa el asesinato de su esposa, Doña Desdémona.
Se aporta como prueba el pañuelo causante de los celos.
Ocurriendo los hechos en Venecia. 1604.
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