Somos amigos desde las juventudes del partido, él estudio Derecho y
trabajo en un renombrado bufete jurídico, pronto se convirtió en un
destacado miembro del grupo político.
Nunca, nunca soporte sus éxitos, me moría de envidia convertido en un
periodista mediocre, invisible dentro del partido.
Nuestra amistad perduraba por encima de todo, yo era su gran amigo su
confidente.
Hace seis meses cuando Otelo fue elegido candidato a la presidencia del
partido, me propuso ser su jefe de prensa, acepte sin dudarlo y
comencé a trabajar duro.
Siempre he usado mi letal influencia para hacerle tomar decisiones
perjudiciales para su carrera y guardar pruebas de todo tipo, a veces
falsas, que ahora he filtrado a diferentes medios como pequeñas dosis
de veneno.
Hoy mi tenacidad ha dado su fruto, esta mañana le llamaron de la
ejecutiva para pedirle que dimita porque el escándalo será mañana
noticia de primera plana.
Me ha llamado, soy su amigo fiel, no sé qué hacer Yago me preguntaba
desencajado, dimite será lo mejor, le he contestado mientras me sentía
malvadamente radiante, había actuado como un feroz perro de Esparta más
cruel que la angustia, el hambre o la mar.
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