Se acerca la hora de cierre en el bar. Tres hombres en la barra apuran sus consumiciones mientras miran de reojo a un cuarto hombre, con pinta de extranjero, que bebe whisky. Suena el teléfono, responde el camarero:
—Sí… tranquila, señora, ahora mismo pregunto… Alguno de vosotros es Mácbeth… ¿Nadie? Su mujer dice que le necesita en casa ya, que hay mucho que matar.
Todos miran al cuarto hombre que ni se inmuta. No tarda en volver a sonar el teléfono y se repite la escena:
—¿Mácbeth? ¿Seguro que no hay nadie aquí que responda a ese nombre?
Cuando el teléfono suena por tercera vez, el hombre misterioso frunce ligeramente el ceño, mientras los otros tres parroquianos ya no fingen, le miran directamente. El camarero, titubeando, se dirige al hombre, teléfono en mano:
—Perdone, ¿es usted Mác…?
—¡¡¡Oh, drunkards!!! Se pronuncia «Macbéth», con acento en la segunda sílaba —estalla el hombre con fuerte acento escocés—. Dígale a la señora «Macbéth», con acento en la segunda sílaba, que el señor «Macbéth», con acento en la segunda sílaba, no mata hoy, que está de vacaciones… ¡¡¡Fuckin’ Spaniards!!!
El camarero cuelga y los cuatro parroquianos vuelven a concentrarse en sus copas.
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