-No esperaba esto de ti, estoy enloquecido con tu engaño -dijo él con
amargura.
La mujer lo miró preocupada, el semblante de Otelo recordaba a un
enajenado.
-¿De qué engaño me hablas?
-A mis espaldas te ves con otro.
-¡Eso es falso! -gritó sofocada ella.
-¡Tengo pruebas!
-¡Pues no son verdaderas! Acaso no me casé en secreto contigo. No es
cierto que te he venido contigo a esta ciudad. ¿Quién o qué te infunde
este desvarío? ¿Dime? ¿Cómo te atreves a dudar de mi amor? ¡Mientras no
recobres la cordura estaré en casa de mi padre!
La mujer salió de aquella casa encendida y nerviosa.
-¡Vuelve! -gritó él desde el balcón.
-¡Ni hablar! -contestó ella. -¡Contra más te doy menos lo valoras! ¡Ya
puedes buscar un buen consejero matrimonial! ¡Cretino! ¡Y reza para que
se me pase y quiera ir a la terapia!
Con pasos acelerados Desdémona se dirigió a la oficina de alquiler de
coches.
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