En Dinamarca nadie entiende el origen de la locura de Hamlet y los reyes
lo envían a un célebre alienista de Londres, para ver si tiene cura.
Hamlet llega a la consulta y se echa en el diván mientras el médico toma
notas y le pregunta por su mal.
-Converso con el fantasma de mi padre.
-Eso es un delirio. Oye voces, puede ser esquizofrenia. ¿Qué más?
-Siempre huelo a podrido en Dinamarca; todo el mundo anda espiando.
-Paranoico con alucinaciones olfativas -anota. De ánimo ¿cómo estamos?
-Triste, la vida carece de sentido.
-Melancolía – diagnostica. Quizás maniaco-depresivo. Cuénteme, ¿cómo
empezó todo?
Hamlet cuenta su drama mientras el alienista se va alarmando cada vez
más. No se priva de nada. Necrófilo de cementerios, impotente con su
novia, ideaciones suicidas y encima con complejo de Edipo. Cuando ya le
confiesa que quiere asesinar a su padrastro, el rey, el alienista
palidece y suda, se levanta del asiento y le dice a Hamlet que espere.
El caso es más morboso de lo que pensaba y puede terminar en tragedia.
Arrebatado por la inspiración, entra en el despacho contiguo, coge la
pluma y escribe en un papel: “LA TRAGEDIA DE HAMLET, PRINCIPE DE
DINAMARCA”…
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