¡Hamlet vive! —gritó su amigo Horacio cuando lo amortajaba.
Yacían muertos el rey Claudio y la reina Gertrudis, cuando Hamlet fue llevado a sus aposentos, donde el galeno lo atendió con remedios para los venenos.
Tras un día de reposo Hamlet recobra el sentido, y al despertar pregunta a su amigo Horacio así:
—Horacio, amigo, ¿Cómo que vivo?, ¡y no soy muerto!
— ¡Gracias al cielo Hamlet!, el galeno os ha traído de entre las sombras; cuánta felicidad, ver que el habla ha vuelto a vos, mi rey; Fortimbrás ha renunciado, por su honor y su lealtad.
—Horacio, eso no me causa pesar, la muerte de mi madre, que bebió el veneno destinado a mí, sí me entristece, y siento dolor por este duelo cruel; ¡pobre Laertes!
La que fue criada de Ofelia entra en la alcoba de Hamlet, y llorando proclama de este modo:
—Mi rey, quiero deciros que mi señora Ofelia no se arrojó del árbol al río, solo se cayó; tampoco enloqueció, solo desvariaba por amor. Antes de su muerte me confesó que os esperaría, ¡hasta el fin de los días!
—Gracias por tu piedad, mi corazón alcanza la paz sabiendo que Ofelia siempre me esperó.
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