-¡Te odio! ¡Serás estúpido! -gritó a la vez que unas lágrimas surcaban
sus mejillas, tras comprobar que el cuerpo de su prometido estaba inerte
en el suelo de piedra de aquella cripta.
Junto a él había un pequeño frasco en el cual aún contenía un liquido
azulado.
Ella lo cogió con el propósito de tomárselo y así reunirse con su amado,
pero tal era su resentimiento que lanzó el frasco contra la pared más
alejada.
-¡Es que no me oyes cuando te hablo! ¡Te dije que esperases a que me
despertase!
Aguantó el aire en sus pulmones y trató de respirar pausadamente para
así poder controlar o al menos mitigar el ataque de nervios que la
poseía.
-¡Ahora entiendo lo que decía mi padre! ¡Los Montescos sois obtusos!
¡Qué vería yo en ti!
Volvió a realizar ejercicios de respiración, mientras acariciaba el
cabello del joven.
-En unos momentos me iré, cerraré la puerta y aquí quedarás. Todos
pensarán que hemos muerto los dos. A mi ya me va bien, tengo familia en
Florencia y comenzaré una nueva vida allí, sin ti, pero como dice mi
aya: En el mar hay más peces.
Silenciosamente se alejó con dolor en el pecho.
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