-Juraría haber perecido tras abrazar mis pulmones la estocada del frío
acero -expresó aquel hombre tras despertar.
-Así es, habéis abandonado la tierra de los vivos -dijo una voz entre la
bruma.
-Decidme pues donde me encuentro -ordenó él.
-Este lugar es donde seréis juzgado -respondió la voz.
-Mi grandioso nombre viaja con el susurro del viento a cada reino. No
permitiré ser intimidado -replicó orgullosamente.
-Irrelevante es, tal afirmación. Las decisiones tomadas en vida serán
las valoradas y vuestros amargos ojos reflejan muerte y desolación
-respondió la voz.
-Cierto es que mi espada ha colmado de cadáveres la tierra, porque
obtener la gloria era mi destino. No cabe en mi el arrepentimiento
-respondió con satisfacción.
-Tus pérfidas acciones no pueden justificarse sino por pura ambición
-añadió una segunda voz.
-¡Por el amor de Dios!¡Soy el Rey de Escocia! -vociferó con rabia.
-Me temo señor que donde nos encontramos vuestro título es inútil, pues
al ser herido vuestra sangre muestra el mismo color que la del resto de
hombres -añadió una tercera voz-. Y en el lugar que pronto visitareis,
esa corona a la que os aferráis con tanta fuerza, acabará fundida por el
calor.
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