Mi familia es como una obra de Shakespeare. Mis padres, una Julieta
histérica y un Romeo adocenado con un pasado tormentoso, vivieron
salpicados por los dimes y diretes de sus clanes. Crecer en una Verona
rural andaluza es lo que tiene. Uno de mis tíos, un guasón con sobrepeso
idéntico a Falstaff, es gracioso y charlatán, víctima de las chanzas de
las mujeres. Su hermano gemelo, el tío Shylock, como le llamamos
jocosamente, es tacaño, avaro y dueño de una gran empresa. Son tan
distintos como Antífolo de Éfeso y Dromio de Siracusa. Sus mujeres, una
avispada y lenguaraz Beatriz, esposa del huraño, choca en carácter con
Hero, delicada y necia, que soporta estoicamente las baladronadas del
orondo de su marido. Luego está mi prima con su pareja. Sale con un
esbelto galán de tez oscura, un Otelo con alopecia y aires de grandeza.
Mi primo pequeño, que dinamita cualquier conversación con ruidos y
onomatopeyas, danza infinitamente como Puck entre las sillas. Y por
último estoy yo, un taciturno y poético Hamlet, un inconformista
moderado, un quimerista buscando a su Ofelia.
Cada uno es diferente, peculiar y único, pero es necesario quererlos,
pues son mi familia.
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