No hay manera que los invitados se pongan de acuerdo. Todos ensalzan sus
tributos, pero ninguno sus dejaciones.
Calibán huye de las miradas inquisidoras de Romeo, celoso que la
fealdad del monstruo deleite la caridad de Julieta. El joven Mercutio,
dejado a sus instintos, se abandona en los brazos de Desdémona.
Mientras, Otelo, discute con Horacio sus cantos de victoria sobre las
tropas turcas. Al fondo del salón, Macbeth y sus brujas asedian a
Ofelia, que aquejada de locura, busca refugio en los brazos de Arón el
Moro. Pero el esclavo acusa un único interés, amaestrar a la fiera de
Catalina.
Llueve fuera, pero todos son ajenos al ruido del agua contra los
ventanales. De repente una algarabía de llaves los saca de escena,
alguien está abriendo el portón. Todos salen despavoridos en dirección a
la biblioteca y un sonido de pisadas los acompaña en su huida. Un
hombre delgado y con fino bigote hace acto de presencia. Todo es
silencio, los personajes han vuelto a sus obras y el escritor está solo
en casa.
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