Era la siniestra medianoche, cuando el mundano ruido está en calma,
Hamlet meditaba su plan para desenmascarar a Claudio. Estaba cansado, en
vagas reflexiones embebido, cuando de pronto escuchó un ruido que
provenía de su ventana.
“¿Eres tú, padre?”, preguntó pensando que sería otra visita del fantasma
de su progenitor. Sin embargo, cuando se aproximó para abrirla, vio
oscuridad y nada más.
“Será el viento, eso es todo y nada más.” Al regresar meditabundo a sus
pesquisas, un cuervo entró en su habitación, posándose sobre la
estantería.
“Horrible ser del averno, ¿qué has venido a hacer aquí? Tu presencia
solo vaticina muerte.
Dime, ¿cómo te llamas?”.
Y dijo el cuervo: “Locura”.
“Engendro maligno, seáis pájaro o diablillo, salid de inmediato de mi
dormitorio y regresad a la oscuridad de la noche, sin dejar rastro
alguno”.
Y dijo el cuervo: “Locura”.
Hamlet enloquecido, abandonó su habitación, gritando y corriendo por los
corredores. ¿Fantasmas? ¿Cuervos parlantes?
Los guardias de palacio no
tuvieron más remedio que encerrarlo.
Y allí siguió posado el cuervo, hasta que Claudio fue a recogerlo,
orgulloso de que su plan hubiera salido a la perfección, pues Hamlet no
podría liberarse.
¡Nunca más!
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