Maldito egoísta; con el frío que hace y cada vez que enciendo la
calefacción va por detrás y la apaga. Y mira que sabe que soy friolera,
agarrado del demonio, que manía con querer ser el más rico del
cementerio. Aunque pensándolo bien con todo lo que ahorramos, si algo
pasara, ese dinero sería mío y pondría la calefacción hasta que se
derrieta el hielo de los polos.
Portia se dirigió a la sección de coches del centro comercial y compró
un frasco de anti coagulante, nada extraño siendo invierno y con unas
temperaturas tan bajas.
Sólo había una pequeña pega; habían vendido el coche hacía seis meses
porque había subido la gasolina.
Se sorprendió pensando en Antonio y la manera tan especial que tenía de
mirarla.
Seguro que él si mantendría el hogar a la temperatura apropiada.
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