Calibán y Ariel se hicieron con el timón, ocultando su destino. Lady
Mackbeck miraba inquisitoriamente a su esposo, persistiendo en no
perdonar su cobardía; Romeo y Julieta se entrelazaban las manos, pero en
sus miradas había tristeza por su fatal desenlace; Ofelia lloraba
desconsoladamente junto a Hamlet y Otelo contenía su rabia e ira del
desprecio que le hacía Desdémona su esposa adultera.
Desconocían su rumbo, era incierto, pero, más les desconcertaba el
hecho de ser inmortales; su creador se evaporó y se llevó sus vidas; con
lo que no contaban ellos es que sus historias constantemente se
reproducían, siendo incapaces de no poder variar su existencia, ni tener
la oportunidad de retroceder en el tiempo para evitar los pensamientos
enloquecidos que hicieron que sus vidas fueran un verdadero tormento.
La desesperación poco a poco iba emponzoñando el entorno de ese barco.
Pero... mientras tanto Prospero y su hija Miranda, aguardaban en la
isla esperando a que el terrible monstruo de Calibán, cayera en sus
redes y con los poderes mágicos que Prospero poseía sometería a Calibán a
todos sus deseos...
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