Mientras siga leyendo sus obras, sabe que no podrá escribir ¿Cómo
hacerlo sin sentirse mediocre? Pero mientras las posea será incapaz de
no sumergirse en ellas una vez tras otra.
En un alarde de fuerza, como entre lamentos de una amante, los deshoja
como margaritas y amontona todas las páginas con la intención de
prenderles fuego; pero no pudiendo evitar un último vistazo, lee frases
entremezcladas que le dan una idea que le parece soberbia: Creará una
historia con breves lecturas al azar.
Sentado en el escritorio, va cogiendo una hoja tras otra mezclando
personajes y hechos dispares. Así, por ejemplo: Hamlet se interpone
entre Teobaldo y Mercucio, que se despide con un “morir es dormir”;
Otelo, ante burdas insinuaciones de Falstaff, acude a Puck para que
Ofelia olvide a Desdémona en un “ser o no ser”, y Romeo asesina a Duncan
y reina con lady Macbeth durante un cuento de invierno.
Tras escribir unas doscientas páginas, da por concluida su hazaña y,
entendiendo de su destino, las pone sobre la pira y arroja sobre ella
una vela encendida.
Las llamas, al ascender, agrandan su puro corazón y lo engullen en los
sueños de una noche de verano.
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