Otero tenía que ser feliz, así pensaban todos. Empresario, salud,
mujer bellísima…Eso era lo que no le permitía a Otero serlo, la
exultante belleza de Desideria, su mujer, y los celos que por ella
sentía.
No tenía motivos. Desideria estaba enamorada hasta las trancas,
pero Otero estaba enfermo, sus celos eran patológicos, no podía dejar de
pensarla con otros cuando no estaba con ella. Eso, día tras día corroía
su mente.
Un día, Desideria recogió a su marido en la empresa. Mientras
esperaba saludó con educación a los empleados.
Al día siguiente, Yago, su encargado le dijo, “jefe su mujer es muy
simpática y cariñosa”. Eso trastornó la mente de Otero, la veía en la
cama con algún empleado. Salió con su coche, ojos enloquecidos,
conducción alocada, subió por las escaleras, miró en el dormitorio, la
creía con otro. Desideria estaba en el salón, en batín, sin pintar, sus
miradas se cruzaron. Rendido ante esa belleza tan natural, cayó de
rodillas histérico.
Otero lleva recluido en un sanatorio cinco años, sufre celotipia
aguda, está sumido en estado catatónico. Desideria lo visita, pero no
ha tenido más remedio que rehacer su vida, aunque sigue enamorada de
Otero.
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