Pierre Montelieux, mosquetero del rey Luis XIII, se retiró a los cincuenta años al pueblecito en que había nacido. Ludópata empedernido y arruinado, lo mantenía su hermana lavandera.
Pierre, harapiento, frecuentaba una taberna donde buscaba ser invitado a beber por alguno interesado en las historias escandalosas que contaba sobre aristócratas de la corte.
Cierta mañana, saliendo Pierre del bar chocó con un petimetre parisino que, enojado, le gritó:
—¡No me ensucies puerco patán!
Encendido en ira, el ex mosquetero le respondió:
—Eres un montón de mierda, forastero.
Ofendido el caballero de ciudad, lo abofeteó con su guante.
—Mañana a las ocho, detrás de la iglesia, nos batiremos a muerte —desafió Pierre furibundo.
—De acuerdo, desgraciado.
Nada más irse Pierre, el tabernero se apresuró a decirle al ofensor:
—Habéis cometido un terrible error, caballero. Sois hombre muerto. Habéis convenido batiros en duelo con un maestro de armas.
—Dios, ¿cómo arreglo mi terrible error? —pidió el aterrado parisino.
—Os doy inmediatamente la dirección de su casa. Corred a pedirle perdón.
Pierre, magnánimo, le perdonó la vida por la suma de diez luises. Con este truco el tabernero cobraba las deudas que el ex mosquetero contraía con él.
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