- ¡Shhh! ¡Alcalá duerme! -, susurra Don Miguel al halo de su amada y soñada Dulcinea del Toboso.
Sin hacer ruido, se levanta del catre, cruza el patio apoyándose en el brocal del pozo y, ya está en la Calle Mayor. Recoge sus queridos personajes, sentados en el banco de siempre, y los introduce en el tintero.
De nuevo en su aposento, afila la punta de su pluma de ganso, la embebe en la tinta de bronce y reescribe su historia: “-Señores caballeros, si aquí no hay otro remedio sino confesar o morir, y el señor Don Quijote está en sus trece y vuestra merced el de la Blanca Luna en sus catorce, a la mano de Dios, y dense”.
Con las primeras luces del alba, vierte la tinta en el banco y sus personajes vuelven a materializarse, al tiempo que Don Miguel se desvanece.
Entonces, Alcalá despierta.
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