-Tunante. Infame.
-Aqueste frío que ahora sientes, en la última mañana antes de tu eterna noche, anticipo es de la gélida parca que te llevará en cuanto mi filo te atraviese.
-Mucho aire exhaláis. Embridadlo, os apremio, para el último aliento que expelerán vuestros pulmones cuando mi espada de vos haga su vaina.
-Jamás mano de muerto pudo herir con arma.
-Cierto. Muy vivos tajos serán los que descosan vuestra alma.
-Aquí lo único que vos desata es su lengua, cuyos infundios y afrentas han mancillado el honor de mi dueña.
-¡Ja! Bien temprano he despertado para oír llamar “señora” a quien no llega a…
-… ¡Callad, malnacido! Qué lejos estás de merecer el perdón que suplicarás insertado en mi arma.
-Más lejos irá su señoría, cuando la mía le envíe al averno.
-Mentas muy ligero el ultramundo, en donde pronto yo te quiero. No muestras respeto ni por quien será tu perpetuo carcelero. Que sea el Diablo quien dirima lo que se ha de hacer con tu despojo.
-Sí. Que se me lleven los demonios, pero sólo si yerro en el certero estoque que te desplome en el suelo.
-En guardia.
-Ya sólo hablarán nuestros respectivos hierros.
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