Amparo entra con paso firme y sereno. Fija la mirada en el ataúd que se encuentra al fondo del salón. El silencio sepulcral de la sala, roto por algún que otro sollozo amargo, se torna en murmullo susurrante.
Pepa: (Dirigiéndose a Catalina) ¿Cómo se atreve a venir sabiendo que en el pueblo era un secreto a voces?
Catalina: Pues a mí me parece que la tarde se está tornando un poco más interesante.
Pepa: ¿Cómo puedes decir eso? ¿No te ofende?, Es el funeral de tu padre.
Catalina: Mi padre era un miserable, todo el pueblo lo sabía, tú lo has dicho, no yo. Pero parece que cuando uno se muere todo son alabanzas a su misericordia. Casta de falsos, hipócritas beatos de lengua afilada que vienen a tu casa a comerse tu comida.
Engracia se levanta dando un golpe en la mesa justo cuando Amparo llega al ataúd: Ala!! Ya lo has visto, ahora sal de mi casa ramera, no es este tu sitio.
Amparo se vuelve hacia Engracia y ambas mujeres cruzan una mirada desafiante.
Engracia: (dirigiéndose a los asistentes) Y vosotros también, volved a vuestras cuevas a criticar lo que habéis visto. Mañana enterramos a mi marido.
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