Un hilo de sangre bajaba el cordón de la acera, recorría el adoquinado para terminar suicidándose en la boca de la alcantarilla.
A pocos metros, su dueño, tendido y pálido, aún apretaba en la mano un cuchillo apenas manchado. Agonizaba. Esta vez no hubo suerte, su rival le asestó esa herida que toda su vida había esquivado.
Con paso rápido y decidido se encaminó al encuentro. Sería uno de más de tantos. Estaba viejo, estos compromisos habían empezado a cansarlo.
Por defender el honor de una dama o el propio, por una palabra mal entendida, por una ofensa que no pretendió ser tal, por… cualquier motivo le resultaba estúpido a estas alturas. Pero tenía una reputación que cuidar, no permitiría que se lo acuse de cobarde y explicar su punto de vista era inútil. Cada uno lo entiende cuando está listo para eso.
Ya casi llegaba, se acomodó el sombrero y desenvainó.
Allí terminaron su vida y su cansancio. Lo único intacto era su honor.
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