sábado, 27 de enero de 2018

239. DESHONRADO, de Dalmiro Gavilán

Estoy casado, por desgracia, con una mujer hermosa, voluptuosa (en el sentido de que le gustan los placeres carnales con su marido) y profundamente enamorada.
Y digo para mi desgracia, porque el cacique (ahora se le denomina regidor) la devoraba con los ojos. Me preocupé pero no me alarmé, siempre que aquello no pasara a mayores.
Pero sucedió lo que tenía que suceder al tratarse de un hombre sin límites a sus desmanes y tropelías.
La preocupación se convirtió en angustia y ésta en desasosiego y en sed de venganza.
Pero los pobres, y más si vives en una pequeña población, no tenemos ni derecho a reponer el honor.
Pensé (mala consejera que un menesteroso tenga ideas propias) pedirle explicaciones. Tener un duelo, aunque fuera verbal, a la salida de misa de domingo. Mi condición de pechero (de ahí apechugar) me colocaba en inferioridad. No estaba a su altura para que recogiera el guante y el duelo se mudó en dolor.
A los pocos días enviaba a sus tiralevitas para que me bajaran los humos.
Me desperté muerto, más psíquica que físicamente, aunque quizá también. Desde aquel día, además de deshonrado, era cornudo y castrado.

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