—Y dice usted gran maestro, que en el microrrelato no puedo superar las doscientas palabras.
—Estimado discípulo, no debería. Las bases del concurso están para cumplirlas y no me cabe la menor duda, de que sería excluido de él.
—Ah, muy bien, maestro, entonces considerando la cuantía del primer premio, si utilizo doscientas palabras justas, el valor de cada una sería de un euro.
—Tan exacto como riguroso. Así que debería tener en cuenta, que esta dilatada respuesta le puede reportar a su hacienda veinticuatro. Cuéntelas si quiere.
—Gracias maestro. Es usted espléndido y generoso como siempre, mas mi dicha no florece en la simple y vulgar economía. Es el honor lo que importa. El grandísimo honor que supondría para este discípulo ganar el certamen y que en la entrega de premios, dos actores pongan en escena lo descrito.
—Nada es imposible en los tiempos que corren. Aún así le digo, estimado discípulo, que ese honor no es comparable con los honorables duelos de los caballeros en otra época. Aquello sí que era honor. Respeto al metal. Orgullo de espada. Honor a sangre. ¿No le parece?
—Me temo que no puedo responderle maestro. He llegado a las doscientas palabras justas.
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