En la noche los amantes, como los duelistas, comienzan manteniendo la distancia. Entre las sábanas, ataques y bloqueos terminan rompiendo y en un desequilibrado movimiento se produce el toque con oposición. Entonces el arma roza la carne y la dulce “petit mort” encadena a los enemigos.
Mil veces han disputado la contienda y mil veces, en una vida, se han rendido agotados.
Aunque no la cobardía pero si la mentira acecha en el sueño, porque el diablo crece cuando no se le mira. En la erosión de la duda está el pecado de traición y la demencia. Al atardecer diecisiete puñaladas rasgaron piel y penetraron músculos y vísceras. La sangre, como un mar, sirvió de mapa a la singladura enfermiza de quien había perdido alma y razón.
Él quiso huir. Pero trastornado y ciego de soledad comprendió que el único camino era, una vez más, acompañar a su contrincante. Buscó el norte y los ojos que ya no le besaban. Y Buceó sin aire aferrado a la soga que colgaba de la viga de madera, con la camisa blanca como único pasaporte sellado en rojo. Y el espanto bajó por las chimeneas y entró en las casas de los vecinos.
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