Me duele cada herida, cada golpe, cada sueño roto, cada insulto, cada amenaza... Me duele lo que veo y lo que imagino.
“Embarrados, hundidos hasta las rodillas, dos hombres se matan a garrotazos: ennegrecidos, aferrados a la muerte del contrincante, antes que a su propia vida…”, nos explica el profe. A mí me parece un duelo de andar por casa, “codo a codo”, una pelea familiar, entre amigos, entre hinchas de equipos contrarios, entre dos personas que se hubieran querido mucho… “Un duelo en el que ninguno ganará. ¡Un duelo a muerte!”, insiste, alzando la voz.
Mis amigos, aburridos de tanta explicación pictórica, social y política, se burlan de mi pasividad dándome collejas (como esos polichinelas que no dejan de golpear con su porra al resto de las marionetas). Luego se escabullen entre el resto de la clase, abandonándome frente al lienzo de Goya que, garrotazo a garrotazo, inmortaliza un duelo histórico, triste, negro, dramático… como tantos otros duelos que nos rodean día a día (aunque no estén enmarcados en el Museo del Prado).
Trago saliva, sonrío hacia afuera (que todos lo vean) y sigo a mis compañeros en busca de pinturas menos negras… antes de volver a casa.
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