Ya no volverá a maltratar a ninguna mujer.
Le observo mientras le atienden. A mí me llevan prendido en el furgón del alguacil. Sé que me he metido en un buen lío, pero no volverá a pegar a ninguna mujer.
Ni a matarla.
¡Clara…!
Me enteré por mi hermana de su muerte y del depósito donde, todos aquellos que la habíamos querido antes de que ese bestia la subyugara, la podíamos llorar.
También narró que tenía una buena tapadera. Iba a salirse de rositas.
¡Inconcebible…!
Le reté al oído. Salió sobrado tras el tanatorio. Todos sabíamos que la había apaleado hasta matarla, pero, como siempre, callábamos porque “no había que meterse en líos de parejas”…¡Miedo encubierto que le teníamos a aquel salvaje!
Confiaba en que era mucho más fuerte que yo (e infinitamente más que la pobre Clara), pero lo que no esperaba es que mis manos iban ayudadas por guanteletes de acero.
Nunca me había pegado con nadie, menos aún retado. Y jugué con ventaja. Siempre fui más listo.
Mandíbula, costillas y las dos manos destrozadas.
No volverá a pegar a ninguna mujer.
Un duelo no quitaba otro duelo, pero al menos alguien, por una vez, hizo algo…
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