Cuando la sinrazón se instala en España, la prudencia y el comedimiento son valores que valen menos que los pagarés de Nueva Rumasa.
Estoy en el Museo del Prado, en la sala de las Pinturas Negras de Goya, delante de Duelo a garrotazos. No me cuesta nada identificarme con ese campesino que sangra copiosamente por la cara pero que toma otra vez impulso para asestar otro garrotazo. Duelo a garrotazos me transporta, siglo y medio después, a la famosa escena de Jamón, jamón en que Javier Bardem mata con un mazazo de paletilla de jamón a su archienemigo Jordi Moyá. Yo también quisiera asestar una puñalada mortal a mis enemigos. Soy cainita. Soy español.
Conquistadores españoles contra indígenas en taparrabos, inquisidores contra “proselitistas” del demonio, pistoleros de la patronal contra anarquistas de la CNT, franquistas contra republicanos, ETA contra el Estado, Barça contra Madrid. El español que se adhiere ferozmente a un bando siempre es para aniquilar al del otro bando.
Recientes estudios científicos demuestran que la humanidad se vuelve más pacífica. No han hecho trabajo de campo en España.
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