Álvaro dio un paso hacia atrás y llevó las manos a la espalda buscando la pared del pasillo, buscando apoyo. No quería parecer débil delante de su hermano.
—Estaba triste desde el martes —continuó Daniela—. Y decía cosas sin sentido. «¿julio?, ¿estás segura?»—decía—, « si huele a enero. »
—Mi padre nunca decía nada sin sentido —dijo Álvaro. Era humillante oír como le temblaba la voz. Esperaba que no se dieran cuenta—. Yo sé lo que quiso decir mi padre —añadió.
—¿Tú? ¡ tú!, qué vas a saber tú de padre—espetó Saúl apretando los puños—. No finjas ahora que te importaba. ¿Quién se quedó con él?, dime ¡quién!
—Calmaos, chicos. Estamos en un hospital —dijo Daniela.
Saúl se dio la vuelta y se tapó la cara.
Álvaro fue resbalando por la pared hasta quedar acuclillado. Cruzó los brazos sobre las rodillas y enterró la cabeza formando un ovillo, como un niño.
—Siempre enfrentados…—dijo Daniela soltando un suspiro—. Lucháis por ser cada uno mejor que el otro. Miraros…¿no os dais cuenta?
Los hermanos lloraban.
—Los celos os ciegan. Creéis no compartir nada. Y, sin embargo, aquí estáis los dos, compartiendo el mismo dolor, el mismo odio…el mismo amor.
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