miércoles, 24 de enero de 2018

216. DE CUERPO PRESENTE, de Mª Jose Montero

Aquella noche padre estaba de cuerpo presente, la rigidez de su cuerpo mantenía mi piel completamente erizada. Todavía me dolía el aliento de mi última noche, a solas con él, en aquella álgida habitación del hospital, a la que lo trasladaron porque había empezado el rigor mortis ( según me explicó el doctor de guardia ). Percibí la frialdad de sus pies y aquel extraño color morado. Intenté, con todas mis fuerzas, que recuperara el calor; primero con un suave masaje, después con mi propio aliento, más tarde acurrucando sus pies en mis senos, como él hacía conmigo cuando, de niña, mis pies se negaban a entrar en calor y padre usaba su calor corporal para ponerle remedio a mi frialdad y acallar mi llanto. Pero, por más que repetí sus técnicas, los pies de padre estaban cada vez más fríos y esa frialdad seguía un movimiento ascendente, ya estaba frio de cintura para abajo y, sus manos, sus manos eran dos bloques morados de hiehielo. Lloré. Lloré de rabia e impotencia por su vida. Lloré por todas las cosas que nos quedaban por decir, por los momentos que dejamos escapar, por su agónico desasosiego. Al alba me despedí. Sabía que no volvería a verlo con vida, que al día siguiente, cuando regresara de mi ineludible revisión médica, oiría el tañido a difunto de las campanas y sería por él, el hombre que más me quiso sin pedir nada a cambio. Sobre el ataúd mis lágrimas fueron ríos de sal navegando por el mar de la muerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.