miércoles, 24 de enero de 2018

208. HERMANOS DE UNA MISMA MADRE, de Alejandro Peña

Aquel hombre, delgado y de mediana altura, caminó a través del empedrado; bañado por una niebla almibarada y espesa que dificultaba sus pasos. Las gaviotas graznaron y las campanas de la catedral dieron las tres en punto. No había nadie por la calle, a excepción de otro hombre que, tras doblar la esquina de un callejón, se postró ante él con el florete ya bailando entre sus ágiles dedos.
—No os esperaba tan pronto… —murmuró el recién llegado.
—A las tres, como acordamos.
Tras aquel parco diálogo, avanzaron el uno hacia el otro; intercambiando giros y violentos movimientos de espada que dejaban un sibilante amargor en el aire hasta que en ciertas ocasiones los metales chocaban produciendo un enérgico sonido metálico que envolvía el ambiente. A las tres y nueve minutos, cuando el sudor pedía una pausa, uno de ellos cayó sin vida; repleto de sangre por varias partes de su cuerpo. Sería difícil saber cuál de los dos falleció, pues aquellos dos hombres eran hermanos de una misma madre.

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