Sentirme hielo donde alrededor todo arde y empezar a derretir lamento. Tener que quedarme porque no hay opción de hacer de la rabia combustible, ni del dolor carretera en línea recta. Estar a tantos kilómetros sujetando con el llanto lo horrible de la vida que es que se vayan. Que se vayan y no se lleven el amor compartido que es lo que mata al corazón que sigue latiendo: la ausencia del que paró antes de tiempo.
Quisiera preguntarle al destino cómo podemos arreglar este error de llevarse a quien no le tocaba. Y si vida y muerte es común, ¿cómo solo soportamos lo primero? ¿Cómo nadie nos ha enseñado a sobrevivir al portazo? Estar completamente sola, sin abrazos, llorando sin que nadie me pida que pare, sin una mano que se apoye en mi hombro, sin un corazón que se encoja. Lejos. Sosteniendo el dolor. Como puedo.
Y tener la maleta hecha sin que me lleve a ti es una puñalada de frente que veo venir y no esquivo. Querer llorar contigo y en lugar de eso hacerlo solo pensando en ti es anestesia, veneno que disimula el dolor pero que en grandes dosis mata. Y muero.
Despiérta(me).
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