Gil conocía el relato del amigo de la muerte, por eso cuando Elena le dijo que había dejado de ser el de siempre se dio cuenta que hacía tiempo que se había desprendido del alma.
—¿No tienes nada qué decir? —preguntó ella.
—Qué quieres que te diga, las cosas pasan —respondió tras unos segundos.
—Cuánto cinismo, es inútil, te has perdido por el camino.
—Quizás el problema es que tú te has quedado en el mismo sitio.
—O quizás es que has olvidado quién eras y te ha devorado el que querías ser, será tarde cuando lo quieras recuperar. Le has estrechado la mano a una creación que es destructora.
—No entiendo nada.., esto no tiene por qué ser un duelo a muerte…
—No, el verdadero duelo ya lo he pasado, ya he aprendido a vivir sin ti, no quiero acabar marchitada como todo lo que te rodea —pareció rememorar el pasado, entonces cruzó lo brazos sobre el pecho como tratando de darse calor.
Miró de reojo el móvil, tenía mensajes pendientes, ella se dio cuenta del gesto, agarró la cazadora y salió dando un portazo. Él agarró el teléfono.
—Tengo una perdida tuya. No, no estoy ocupado, al contrario.
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