miércoles, 24 de enero de 2018

174. VIUDAS DE SÁNCHEZ, de Belén Sáenz

—¿Llamamos a la ambulancia? ¿A la guardia civil?
—Ha muerto, María. Déjalo estar. Ya no sé cómo decirte que a ese lado de la barra la vida sigue otras reglas.
—Y yo le he dicho muchas veces que me llame Mery. No quiero oír en este antro el nombre que me puso el cura en la pila. En la iglesia blanca de mi pueblo.
—El cura… tu padre.
—Podríamos avisar al hijo. Ya es un mozo crecido y se lo llevaría sin preguntas. Aún quedan horas hasta que amanezca.
—Hoy tú y yo somos viudas por derecho… De pernada. Puede decirse que yo fui la primera esposa. Virgen llegué a su abrazo exigente. Y en su último aliento, tú. Así son los hombres; los decentes y los putañeros. Pero me seguía trayendo barquillos de limón, que tanto me gustan, el día de mi santo. Y me decía Galana. No quiero separarme de él aún.
—Era de los que acaban rápido, sin besuqueos. Y dejaba propina.
—La muerte, sabia, le ha escogido una buena traca final.
—Voy a apagar los neones, Antonia. Saque el whisky. Me ayuda a echarlo sobre la mesa de billar y le velamos juntas usted y yo.

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