(La efigie de un caballero, iluminada por la luz de la luna, se recorta contra las paredes de un solitario convento. A su lado aparece, surgida de la oscuridad, una figura embozada que se le aproxima amenazadoramente.)
SOMBRA.-Por fin os encuentro, caballero.
CABALLERO.-(Jactancioso) Pues aquí me tenéis para lo que queráis disponer. Aunque no os conozco, os convido a saborear el acero de mi espada.
SOMBRA.-Dejad a un lado las chanzas. Vengo a cobrar una deuda.
CABALLERO.-(Airado)Yo soy un hombre de honor y nunca he tenido cuentas pendiente con nadie. Pero, si lo ponéis en duda…(Acaricia su espada) ¡Responderéis en un duelo!
SOMBRA.-Acepto. Desenvainad. Sin embargo, os aconsejo que os rindáis sin oponer resistencia. Soy invencible.
CABALLERO.-¡No me hagáis reír!( Le lanza una estocada) ¡Recuerdos a Satanás!
(Relampaguean las espadas en la noche oscura con un chasquido siniestro.)
CABALLERO.-¡Ay! (Cae desplomado) ¡Muerto soy! Mas, decidme, por compasión… ¿Cuál es la deuda pendiente por la que tan cruelmente me habéis castigado?
SOMBRA.- Los hombres, cuando nacéis, sois deudores sin tiempo, pero al cabo tenéis que pagar siempre. ¡Vamos, caballero, acompañadme! Que la hora ya está cumplida.
(El CABALLERO se levanta y sale acompañado de la MUERTE. La escena queda vacía.)
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