miércoles, 17 de enero de 2018
136. ELISABETH, de Enric Martínez
Cada mañana, ella se arrodilla frente aquella lapida vacía. Un suspiro de sus labios que no se distingue entre el frio del amanecer.
El corazón sale de mi pecho, y complacido, me enfrento a ese amor, como si el dolor de no tenerla, me dominase ante el placer de hablarle. Me acerco entre temblores, sujetando las flores, porque aún sabiendo que su belleza no se cuantifica, intento entablar la conversación que ansió, como si ese momento, fuera único en nuestro pasado, presente y futuro.
-Te he estado observando.
-Me has visto, y deseado.
-Te he amado.
-¿Podrías amar al aire?
-Lo amaría si este me correspondiese.
-No juzgas, ni hablas con sentido, pues solo habla así, aquel que jamás ha querido.
-Fiel amor, hazme tuyo, y muéstrame al no haber querido, todo lo que me he perdido.
Sus manos se hicieron una única carne ante mis mejillas, y como la niebla abriendose paso, un beso renombrado, selló eso que añoraba, sin haberlo pensado.
Miré bajo mis pies la tumba de quién observaba la escena sin musitar un conflicto. Ella no estaba, se había marchado. Y bajo mis pies, sobre la lapida de aquella tumba, un nombre se mostraba.
Elisabeth
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