miércoles, 17 de enero de 2018

127. DURA SOLEDAD, de Calamanda Nevado

Cuando en el combate a muerte a uno de los dos rivales se le mancharon las hebillas de los zapatos de sangre, porque el otro había penetrado su defensa, su bella dama corrió a besarlo, pero él ya no sintió lo mismo; y mira que le encantaba la mueca enamorada de sus labios carnosos. No lo habían matado y era el retador: significaba ser expulsado de casa, perder todo su dinero, alejarse para comenzar una vida en otro lugar o acogerse a sagrado; y la pelea quedaba lejos de Notre Dame.
A pesar de tener honor, no ser el mentiroso, y que su monarca no llegaría a enterarse de nada; ni estaría dispuesto a perderlo como capitán de su ejército, y el insulto fue pequeño, reconocía que por envidia y a destiempo; necesitaba ganar. Por eso le bajó con la mano el ala del sombrero, le arrojó la capa a la cara, miró hacia un balcón y parpadeo tres veces a un compinche; este le arrojó una gran maceta a su contendiente, desprevenido, en plena cabeza, mientras él, malherido, corría a salvar la poca vida que le quedaba refugiándose en la casa de Dios; por si acaso.

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