Yo fui testigo y padrino. Era muy nervioso. Se irritaba fácilmente y a la mínima oportunidad, desafiaba a cualquiera que considerase un oponente. En esta ocasión fue demasiado lejos y se metió en un lío del que era imposible salir con vida. Traté de disuadirle, comentándole que era una locura, pero fiel a su palabra, una vez que el duelo estaba acordado no había marcha atrás.
Le correspondió hacer el primer disparo. No podía ser de otro modo. A la postre fue la única detonación que se escuchó. Un instante antes volví a plantearle la opción de que se retractase, apelando a la ausencia de otros testigos que pudiesen recriminárselo. Pero tenía tan acusado el concepto del honor, que mi último intento también resultó inútil.
En esta ocasión no se tomó demasiado tiempo en apuntar, pues el blanco era demasiado fácil y no precisaba hacer uso de su enorme calidad como tirador. Como era de esperar, acertó de pleno, cayendo inerte ante mí. Su última victoria le llevó a la muerte.
Sólo un duelista extremo como lo era él, es capaz de retarse al sentirse ofendido consigo mismo y experimentar remordimiento por no cederle el paso a una dama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.