miércoles, 17 de enero de 2018

139. LA RISA, de Sandra Monteverde

Fueron años muy duros, de pura tiranía económica. El viejo contaba una a una, primero las pesetas y finalmente los euros, que repartía entre sus parientes y jamás perdió la oportunidad de recordarles, cuán magnánimo era, al ocuparse de todas las necesidades de su familia que, según sus propias palabras, era su tesoro más preciado.
El día que por fin murió a los 105 años, los que le sobrevivieron se vistieron de riguroso color negro y procuraron aparentar un dolor que en absoluto sentían; tras el disfraz de dolientes aleteaba una sonrisa de complacencia y alivio.
Semanas más tarde, un notario los convocó para que concurrieran a su lujoso despacho. Una vez reunidos, les comunicó que el testamento establecía un reparto riguroso y equitativo, que los incluía a todos.
Aun hoy, los deudos juran y perjuran, que oyeron claramente la característica carcajada del viejo, cascada, estentórea y aparatosa, como telón de fondo de las palabras del abogado, que concluyó la reunión, explicando que todo cuanto había para repartir eran deudas.

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